“Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de este mundo malvado, con sobre mesa y casa, en el campo deleitoso con sólo Dios se compara, y a solas su vida pasa, ni envidiado ni envidioso”. Con estas palabras atribuidas a Fray Luis de León el juglar alzó la guitarra con su mano derecha y amagó a levantarse. En la desesperación del momento percibiendo algunos que no volverían a verlo comenzaron a expresar algo perdurable y simbólico espontáneamente canturreando el “cantito de la lluvia” de Woodstoock, como cuando una ronda con latas y palitos marcó un ritmo y pidió al cielo “ooooh, oh oh oooh oh ooh, el fin de la lluvia o quizás detener el tiempo para disfrutar ese instante de felicidad. Al rumor le siguieron las palmas y las voces tomaron forma y a modo de súplica repetían una y otra vez ¡otra, otra! Así sin saberlo, sin tener conocimiento del francés los presentes formaron un encore, los encores se originan de forma espontánea, cuando el público empieza a aplaudir y a ped